NOCHE BUENA EMPECINADA
En esta Nochebuena y para esta Navidad, convocamos a nuestros hermanos en la lucha a meditar en torno a José y María, para no perder de vista que la paz, la humildad, la armonía y el orden son los que presiden todo nuestro accionar resistente y empecinado.
Una familia humilde, una creencia firme, una misión anunciada, un pesebre. Eso era todo lo que precedió el nacimiento del Redentor del mundo; Aquel Mesías que se hizo hombre para redimirnos del pecado, para enseñarnos la verdadera dignidad del ser humano.
Ese hecho luminoso y lleno de misterio, es el que da sentido a toda la existencia, a toda la historia, a nuestra propia vida. Ese nacimiento en un humilde pesebre de Belén, de quien luego sufriría y moriría en la Cruz por nuestros pecados -por los que hoy y siempre cometemos- es la culminación de la obra de Dios.
No se trata de una mera fecha de reunión familiar, regalos y excesos. Es efectivamente una fiesta y las fiestas hay que celebrarlas. Pero no olvidemos que esta fiesta es el símbolo de la dignidad del hombre. El hombre que es centro de la creación y señor del mundo; el que fue creado a imagen y semejanza de su Creador; el que resulta creado a cada instante en un acto pensante de Dios: un acto permanente de gratuito Amor. Es una fiesta para recordar que todo el ser, desde la concepción hasta la muerte y después de la muerte, resulta algo pensado y sostenido por el trabajo creador de Dios, sólo porque nos ama.
La Navidad es una fiesta en la que debemos pedir fortaleza, para hacernos cargo en este mundo de una difícil y trabajosa búsqueda. La búsqueda del equilibrio entre el cultivo y respeto por el propio cuerpo y el fortalecimiento de nuestras almas, sin que uno prime sobre el otro, porque así fuimos creados. Un equilibrio en el que debe primar la Libertad. Es esta una fiesta en la que debemos rendir culto a la propia libertad, en el marco de una enorme responsabilidad. Todo lo que nos es dado nos hace más responsables de nuestra propia libertad y de nuestra propia dignidad. Esa es la búsqueda a la que llamamos lucha, porque no es otra cosa, en un mundo que olvida la gratuidad de su existencia y, de la mano de la soberbia, cree poder desligar su destino del Camino, la Verdad y la Vida.
Pensemos, en esta Navidad, en la forma en que ejercitaremos nuestro espíritu y fortaleceremos nuestros músculos, entre los que destaco especialmente al corazón. Pensemos, en definitiva, en la forma que defenderemos nuestra dignidad a través de actos que importen una afirmación de ella, que la reivindiquen en sus diversos planos: en lo personal, cuidando nuestra persona, el cuerpo y el alma; en lo social, ejerciendo la justicia, la caridad y el compromiso militante.
Los despido con un abrazo fraterno, deseándoles una muy Feliz Navidad y los acompaño en esta fiesta invocando a nuestra Madre, la Santísima Virgen María.
EL EMPECINADO
En esta Nochebuena y para esta Navidad, convocamos a nuestros hermanos en la lucha a meditar en torno a José y María, para no perder de vista que la paz, la humildad, la armonía y el orden son los que presiden todo nuestro accionar resistente y empecinado.
Una familia humilde, una creencia firme, una misión anunciada, un pesebre. Eso era todo lo que precedió el nacimiento del Redentor del mundo; Aquel Mesías que se hizo hombre para redimirnos del pecado, para enseñarnos la verdadera dignidad del ser humano.
Ese hecho luminoso y lleno de misterio, es el que da sentido a toda la existencia, a toda la historia, a nuestra propia vida. Ese nacimiento en un humilde pesebre de Belén, de quien luego sufriría y moriría en la Cruz por nuestros pecados -por los que hoy y siempre cometemos- es la culminación de la obra de Dios.
No se trata de una mera fecha de reunión familiar, regalos y excesos. Es efectivamente una fiesta y las fiestas hay que celebrarlas. Pero no olvidemos que esta fiesta es el símbolo de la dignidad del hombre. El hombre que es centro de la creación y señor del mundo; el que fue creado a imagen y semejanza de su Creador; el que resulta creado a cada instante en un acto pensante de Dios: un acto permanente de gratuito Amor. Es una fiesta para recordar que todo el ser, desde la concepción hasta la muerte y después de la muerte, resulta algo pensado y sostenido por el trabajo creador de Dios, sólo porque nos ama.
La Navidad es una fiesta en la que debemos pedir fortaleza, para hacernos cargo en este mundo de una difícil y trabajosa búsqueda. La búsqueda del equilibrio entre el cultivo y respeto por el propio cuerpo y el fortalecimiento de nuestras almas, sin que uno prime sobre el otro, porque así fuimos creados. Un equilibrio en el que debe primar la Libertad. Es esta una fiesta en la que debemos rendir culto a la propia libertad, en el marco de una enorme responsabilidad. Todo lo que nos es dado nos hace más responsables de nuestra propia libertad y de nuestra propia dignidad. Esa es la búsqueda a la que llamamos lucha, porque no es otra cosa, en un mundo que olvida la gratuidad de su existencia y, de la mano de la soberbia, cree poder desligar su destino del Camino, la Verdad y la Vida.
Pensemos, en esta Navidad, en la forma en que ejercitaremos nuestro espíritu y fortaleceremos nuestros músculos, entre los que destaco especialmente al corazón. Pensemos, en definitiva, en la forma que defenderemos nuestra dignidad a través de actos que importen una afirmación de ella, que la reivindiquen en sus diversos planos: en lo personal, cuidando nuestra persona, el cuerpo y el alma; en lo social, ejerciendo la justicia, la caridad y el compromiso militante.
Los despido con un abrazo fraterno, deseándoles una muy Feliz Navidad y los acompaño en esta fiesta invocando a nuestra Madre, la Santísima Virgen María.
EL EMPECINADO
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