ALQUIMIA ELECTORAL O TRABAJO POLÍTICO
Las vergonzosas alternativas que se van delineando respecto de lo que los variopintos consultores electorales llaman “la oferta política”, no sólo nos dan cabal muestra de la decadencia patética de la dirigencia argentina, sino que nos pone frente a frente con lo que significó, de un tiempo a esta parte, un modo de construcción política.
La crisis del 2001 mostraba algo parecido, aunque haya lamentablemente dirigido su embate sobre las personas (nombres propios) de “la vieja política” y no sobre el sistema de mediatización social que debería articular la voluntad popular con las decisiones políticas.
El grito histérico y no conducido del “que se vayan todos”, sólo logró generar un entusiasmo superficial, como todo lo que se sugiere últimamente desde la vergonzosa, inculta y poco comprometida dirigencia, para producir -como no podía ser de otra manera- una nueva frustración. La frustración que vino de la mano del hecho de que nadie se fue, por un lado, sumado al diez-veces-peor fenómeno de “la nueva política”. La misma consiste en una farándula mediocre de petimetres planchaditos y progres (de derecha y de izquierda), que muestran hacia afuera su inmaculada no-trayectoria, ocultando en su interior un afán desmedido de figuración y una notable egolatría individualista, fundada exclusivamente en la auto asignación de virtudes que no sólo no poseen, sino que de poseerlas, no son tales.
La recuperación económica, la hegemonía política del ejercito de ocupación oficialista y el reaparecido impulso mediocre a no pensar y dejarse llevar por un discurso concebido desde la impunidad pseudo intelectual de quienes tienen el poder de la billetera y la billetera del poder, ha dopado cualquier manifestación externa de la crisis, pero no ha hecho desaparecer las causas de la misma. Tan es así, que los mismos burdos personajes que se dicen “la oposición”, estructuran su posicionamiento político sobre la misma lógica del discurso oficial, la cual consiste en plantear opciones de maquillaje sobre el mismo esquema general de concentración de riquezas, beneficiando siempre a los mismos pillos que viven de los fondos públicos extraídos de una u otra manera de las fuerzas productivas y laborales del pueblo argentino. Y todo por no pensar. Por creer que basta con tener asesores de imagen y comunicación. Por creer que la actividad política es meramente una fábrica de candidatos susceptibles de ser impuestos por el marketing o, lo que es peor, una empresa de búsqueda de candidatos (para ni siquiera tomarse el trabajo de fabricarlos e imponerlos), que se asemeja a la actividad de esos pícaros que recorren las puertas de los colegios privados de mujeres, para ver si se salvan con la aparición de una “top model”, a la cual se pueda manipular física y mentalmente, logrando con ello una combinación perfecta entre belleza aparente y estupidez profunda.
La crisis de nuestro sistema político es la consecuencia del triunfo de la alquimia y el azar, por sobre el trabajo y la construcción. Es la política concebida como actividad de gurúes. Seguimos decidiendo sin ser libres, porque no nos resolvemos a actuar con libertad y con dignidad, que son dos caras de la misma moneda. Seguimos optando entre una u otra forma de perecer como Nación. Seguimos haciendo el juego a diversos tipos de soberbios y pedantes. Esa es la actividad que hoy usurpa el concepto de lo político.
Pero debemos transformar la ira en esperanza. Tenemos que encontrar la forma de dar esperanza y consolidarla con acciones propias, con acciones libres, con acciones dignas. Empecinado en la resistencia, convoco otra vez al trabajo como única forma de construcción política. No importa cuánto tarde. Se trata de una construcción que encuentre sustento en la propia convicción, que observe y respete la realidad pero que sepa conducirla y transformarla en base a ideales, no utopías. Un trabajo que tenga vocación y que resulte consecuente, constante, ininterrumpido. Un compromiso y una determinación que sólo se expliquen por la responsabilidad que importa ser dirigente político, social, empresarial o cultural. Un convencimiento que encuentre sus raíces en la profundidad de una concepción del hombre y de la sociedad, en valores humanos trascendentes; en definitiva, en la dignidad de la persona humana y su relación con la tierra, con los hombres y con Dios. No podemos seguirnos juntando con quienes no están dispuestos a eso, sólo por el placer de rosquear candidaturas.
Debemos encontrar ámbitos en donde poder desplegar un trabajo político que importe resistencia por un lado y -no hallo otra palabra- evangelización por el otro. El trabajo de base debe encontrar y preparar a los hombres que servirán para la disputa. Después veremos quién es el General que dirija esa tropa consolidada por el camino de la victoria, para despojarnos del yugo del ejército de oKupación. Pero nadie puede conducir la masa amorfa e inorgánica en que están convirtiendo a nuestro sufrido pueblo argentino, si éste previamente no reencuentra su carácter propio y sus lazos de unión. Porque uno no reniega de los liderazgos personales, ni de la impronta de una personalidad determinante en la organización y desarrollo de una Nación y de un pueblo. Pero ello siempre y cuando el hombre tenga alguna condición moral y vocación de animarse a dirigir personas libres y dignas; no de someter la libertad de sus dirigidos, a través del manejo de su necesidad o con el cuento de que esta patria nuestra, dolida y dividida, sufre solo una crisis de gestión pública.
No se puede confiar los destinos de nuestra Argentina a cualquier irresponsable con buena imagen pública. Esta es la tierra de nuestros padres y abuelos y aspiramos a que sea también la de nuestros hijos. No es una fiesta swinger de la que se puede entrar y salir como un divertimento extravagante. No podemos entregarla. No nos está permitida la rendición, porque es ésta una guerra verdadera; es decir, existencial.
Los saludo, entonces, combatientes, y los exhorto nuevamente a repudiar públicamente a esos vivos, soberbios y pedantes que nos faltan el respeto y creen que el pueblo argentino puede verse desde la lente de un PELOTUDO encuestador.
Abrazo de su amigo.
EL EMPECINADO
Las vergonzosas alternativas que se van delineando respecto de lo que los variopintos consultores electorales llaman “la oferta política”, no sólo nos dan cabal muestra de la decadencia patética de la dirigencia argentina, sino que nos pone frente a frente con lo que significó, de un tiempo a esta parte, un modo de construcción política.
La crisis del 2001 mostraba algo parecido, aunque haya lamentablemente dirigido su embate sobre las personas (nombres propios) de “la vieja política” y no sobre el sistema de mediatización social que debería articular la voluntad popular con las decisiones políticas.
El grito histérico y no conducido del “que se vayan todos”, sólo logró generar un entusiasmo superficial, como todo lo que se sugiere últimamente desde la vergonzosa, inculta y poco comprometida dirigencia, para producir -como no podía ser de otra manera- una nueva frustración. La frustración que vino de la mano del hecho de que nadie se fue, por un lado, sumado al diez-veces-peor fenómeno de “la nueva política”. La misma consiste en una farándula mediocre de petimetres planchaditos y progres (de derecha y de izquierda), que muestran hacia afuera su inmaculada no-trayectoria, ocultando en su interior un afán desmedido de figuración y una notable egolatría individualista, fundada exclusivamente en la auto asignación de virtudes que no sólo no poseen, sino que de poseerlas, no son tales.
La recuperación económica, la hegemonía política del ejercito de ocupación oficialista y el reaparecido impulso mediocre a no pensar y dejarse llevar por un discurso concebido desde la impunidad pseudo intelectual de quienes tienen el poder de la billetera y la billetera del poder, ha dopado cualquier manifestación externa de la crisis, pero no ha hecho desaparecer las causas de la misma. Tan es así, que los mismos burdos personajes que se dicen “la oposición”, estructuran su posicionamiento político sobre la misma lógica del discurso oficial, la cual consiste en plantear opciones de maquillaje sobre el mismo esquema general de concentración de riquezas, beneficiando siempre a los mismos pillos que viven de los fondos públicos extraídos de una u otra manera de las fuerzas productivas y laborales del pueblo argentino. Y todo por no pensar. Por creer que basta con tener asesores de imagen y comunicación. Por creer que la actividad política es meramente una fábrica de candidatos susceptibles de ser impuestos por el marketing o, lo que es peor, una empresa de búsqueda de candidatos (para ni siquiera tomarse el trabajo de fabricarlos e imponerlos), que se asemeja a la actividad de esos pícaros que recorren las puertas de los colegios privados de mujeres, para ver si se salvan con la aparición de una “top model”, a la cual se pueda manipular física y mentalmente, logrando con ello una combinación perfecta entre belleza aparente y estupidez profunda.
La crisis de nuestro sistema político es la consecuencia del triunfo de la alquimia y el azar, por sobre el trabajo y la construcción. Es la política concebida como actividad de gurúes. Seguimos decidiendo sin ser libres, porque no nos resolvemos a actuar con libertad y con dignidad, que son dos caras de la misma moneda. Seguimos optando entre una u otra forma de perecer como Nación. Seguimos haciendo el juego a diversos tipos de soberbios y pedantes. Esa es la actividad que hoy usurpa el concepto de lo político.
Pero debemos transformar la ira en esperanza. Tenemos que encontrar la forma de dar esperanza y consolidarla con acciones propias, con acciones libres, con acciones dignas. Empecinado en la resistencia, convoco otra vez al trabajo como única forma de construcción política. No importa cuánto tarde. Se trata de una construcción que encuentre sustento en la propia convicción, que observe y respete la realidad pero que sepa conducirla y transformarla en base a ideales, no utopías. Un trabajo que tenga vocación y que resulte consecuente, constante, ininterrumpido. Un compromiso y una determinación que sólo se expliquen por la responsabilidad que importa ser dirigente político, social, empresarial o cultural. Un convencimiento que encuentre sus raíces en la profundidad de una concepción del hombre y de la sociedad, en valores humanos trascendentes; en definitiva, en la dignidad de la persona humana y su relación con la tierra, con los hombres y con Dios. No podemos seguirnos juntando con quienes no están dispuestos a eso, sólo por el placer de rosquear candidaturas.
Debemos encontrar ámbitos en donde poder desplegar un trabajo político que importe resistencia por un lado y -no hallo otra palabra- evangelización por el otro. El trabajo de base debe encontrar y preparar a los hombres que servirán para la disputa. Después veremos quién es el General que dirija esa tropa consolidada por el camino de la victoria, para despojarnos del yugo del ejército de oKupación. Pero nadie puede conducir la masa amorfa e inorgánica en que están convirtiendo a nuestro sufrido pueblo argentino, si éste previamente no reencuentra su carácter propio y sus lazos de unión. Porque uno no reniega de los liderazgos personales, ni de la impronta de una personalidad determinante en la organización y desarrollo de una Nación y de un pueblo. Pero ello siempre y cuando el hombre tenga alguna condición moral y vocación de animarse a dirigir personas libres y dignas; no de someter la libertad de sus dirigidos, a través del manejo de su necesidad o con el cuento de que esta patria nuestra, dolida y dividida, sufre solo una crisis de gestión pública.
No se puede confiar los destinos de nuestra Argentina a cualquier irresponsable con buena imagen pública. Esta es la tierra de nuestros padres y abuelos y aspiramos a que sea también la de nuestros hijos. No es una fiesta swinger de la que se puede entrar y salir como un divertimento extravagante. No podemos entregarla. No nos está permitida la rendición, porque es ésta una guerra verdadera; es decir, existencial.
Los saludo, entonces, combatientes, y los exhorto nuevamente a repudiar públicamente a esos vivos, soberbios y pedantes que nos faltan el respeto y creen que el pueblo argentino puede verse desde la lente de un PELOTUDO encuestador.
Abrazo de su amigo.
EL EMPECINADO