Monday, April 02, 2007

MALVINAS: ÚLTIMA ESPERANZA DE UNIDAD

Mantener en el recuerdo del pueblo argentino a la gesta de Malvinas, siempre me ha perecido una lucha que tiene mucho que ver con la resistencia, a la que he aludido en otros escritos como único camino de recuperación del núcleo duro de nuestra nacionalidad.
Las Islas Malvinas son, como dijo el poeta, la hermana perdida que nos mantiene vivos a fuerza de querer ir a su encuentro. Son el fuego que enciende la voluntad nacional. Son la Nación misma, que ha sabido instalarse en el corazón de los argentinos, y recordarnos que siempre habrá algo que nos mantenga unidos, a pesar de la imperdonable actitud de quienes, conociendo ese prodigio, siembran la semilla de la desunión, utilizando para ello sus más feroces armas, entre las cuales resalta la más antigua de ellas: la traición.
La búsqueda de la unidad nacional siempre ha tropezado con duros obstáculos, los cuales a pesar de su pernicioso y logrado efecto, se presentan frente a la grandiosidad de los héroes de Malvinas, de cada uno de ellos, como meros accidentes ocasionales, como peleas callejeras o como burdas maniobras de mediocres traidores. La sustancia esencial de la causa Malvinas permanece inmóvil en el corazón del pueblo y de pie frente al activo movimiento de los pusilánimes que la ignoran, la tratan con indiferencia o abiertamente la bastardean.
Aquellos que de alguna manera u otra esmerilan la causa de Malvinas, expresan lo que ellos quieren que sea su Argentina. Una Argentina inventada al calor de ideologías importadas, sumida en luchas que no son nuestras y dividida por siempre, para quedar a merced de los ocultos e inconfesables patrones de quienes esto persiguen. Estoy hablando, sin vueltas, de la izquierda timorata, pseudo intelectual, soberbia y victimizada, que cuanto menos participó en la lucha, más se vanagloria de heridas que nunca les fueron impartidas, simplemente por no haber querido ni sabido estar en el campo de batalla. Estoy hablando, también, de esa derecha grotesca, inculta, vergonzante y descomprometida, dispuesta a dar cualquier cosa, lo que sea, para sacarse de encima el lastre para ellos ominoso de lo poquito de gloria que quedaba de sus banderas y poder ser, al menos por un día, reconocidos representantes de una progresía moderna y políticamente correcta.
Todos representantes de una clase política en retirada; una verdadera oligarquía cuya única misión es permanecer en el control de esa maraña de complicidades que impide florecer el esfuerzo del pueblo trabajador. Unos cobran por izquierda y otros por derecha, pero ninguno atina ni tan siquiera a conmover las bases de ese sistema corrupto. Pero aún siendo corrupto, ni siquiera es la corrupción lo peor de su expresión. La corrupción es simplemente una herramienta. No se trata de objetar su falta de integridad moral, que es absoluta, sino de alertar sobre algo que es aún más nocivo: su militante falta de patriotismo, su desprecio a la construcción del proyecto en común, su voluntario favor a quienes apuestan a la desunión y consolidan las condiciones de vida miserables del pueblo para poder así dominarlo, su permanente ostigamiento a todo aquello que permita al pueblo, desde lo cultural, desde lo espiritual o desde lo económico, ser libre y digno y portar el imperdonable virus de soñar con una patria grande.
Frente a ello, en cambio, están erguidas las Islas Malvinas y los bravos soldados que en ella dieron su sangre, empeñándose en mostrar, desde la humilde geografía de la Gran Malvina y la Soledad (la unidad en la diversidad), lo que la Patria es en su esencia, su corazón latiente, el alma que insufla la vida en el cuerpo ya casi inerte de una Argentina de brazos caídos, que toma con demasiada facilidad las banderas de la desintegración y de la lucha entre hermanos y se resiste, enmarañada de excusas abstractas y mediocres, a asumir protagónicamente un destino de grandeza. Claro, porque la grandeza tiene sus costos.
Las Malvinas son la esperanza, amigos resistentes, pero a medida que pasa el tiempo la salida es más difícil. Porque vendrá de la reacción de un pueblo que hoy se limita a resistir en su corazón y algún día resistirá en las calles. La misión del dirigente será dotar a esa inevitable reacción de un cauce político, que sólo podrá lograrse si se alimenta una doctrina común, se fortifican las organizaciones y se genera un compromiso basado en la solidaridad, más que en el odio.
Me despido amigos con un cálido agradecimiento a los soldados de Malvinas, que supe que hoy también tuvieron que vivir horas dolorosas, en las que otra vez triunfó el enfrentamiento y tuvo un imperdonable protagonismo la ausencia superficial del general en jefe de los ejércitos de ocupación, en el acto de homenaje oficial conmemorativo del 2 de abril de 1982.
Un abrazo resistente.

EL EMPECINADO

1 Comments:

At 8:30 AM, Anonymous Anonymous said...

Muy buen post. Sobre el presidente del ejército de okupación, te recomiendo lo último del blog Catapulta. También, creo, te puede gustar el párrafo en recuerdo del Dr. Julio González.

 

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