Wednesday, May 02, 2007

EL PROFETA BIZCO

Sumido en una de esas depresiones profundas que sabemos sufrir, cada tanto, los resistentes contra la opresión de la mediocridad, resolví ahogarme con libaciones sublimes, de las que se producen en la lejana, pero gloriosa y mítica tierra escocesa. Parece ser que un milagro hizo volar las páginas de un viejo libro de mis amores, la Ciudadela de Saint Exùpery y los manes celtas, en alianza con el Todopoderoso, me posaron sobre un texto que no hago más que transcribir. Cualquier semejanza que adviertan ustedes con cierto paraje del mundo, que debe su nombre a la plata, es sólo una maldad más de los dioses, que juegan nuestro destino en una monstruosa timba celeste, en la que me imagino participando a más de un amigo, de los que se nos fueron. Los dejo con Antoine. Léanlo en paz.

“Me acordé de ese profeta de mirada dura que, para colmo, era bizco. Me vino a ver, y la cólera lo poseía. Una cólera sombría.
- Conviene –me dijo- exterminarlos.
Y yo comprendí que tenía el gusto de la perfección. Pués sólo es perfecta la muerte.
- Pecan –dijo.
Yo callaba. Veía claramente bajo mis ojos su alma tallada como una espada. Pero pensaba:
Existe por el mal. No existe más que para el mal. ¿Qué sería de él, pues, sin el mal?
- ¿Qué deseas –le pregunte- para ser venturoso?
- El triunfo del bien.
Y comprendí que mentía. Pues llamaba ventura al desuso y la herrumbre de su espada.
Y se me presentaba poco a poco esta verdad deslumbrante: que quien ama el bien es indulgente con el mal. Que quien ama la fuerza es indulgente con la debilidad. Pues si las palabras se sacan la lengua, el bien y el mal, sin embargo, se mezclan, y los malos escultores son abono para los buenos escultores; y la tiranía forja contra ellas las almas altivas, y el hambre provoca la repartición del pan, el cual es más dulce que el pan. Y los que urdían conspiraciones contra mí, prendidos por mis gendarmes, privados de luz en sus celdas, parientes de una muerte próxima, sacrificados a otros que no son ellos mismos, por aceptar el riesgo, la miseria y la injusticia por amor a la libertad y a la justicia, me han parecido siempre de una belleza deslumbrante, que ardía como un incendio en el lugar del suplicio; razón por la cual les he frustrado su muerte. ¿Qué es un diamante si no existe la ganga dura para excavar, y que lo oculta? ¿Qué es una espada, si no existe el enemigo? ¿Qué es un retorno si no existe la ausencia? ¿Qué es la fidelidad, si no existe la tentación? El triunfo del bien es el triunfo del rebaño prudente sobre su pesebre. Y no cuento con los sedentarios y los repletos.
- Lucha contra el mal –le dije-, y toda lucha es una danza. Y obtienes tu placer del placer de la danza, luego del mal. Yo preferiría que danzaras por amor.
Pues si te fundo un imperio donde nos exaltemos por causa de los poemas, vendrá la hora de los lógicos que razonarán sobre esto y te descubrirán en los contrarios a los poemas los peligros que amenazan a los poemas; como si existiera el contrario de alguna cosa en el mundo. Y te nacerán entonces los policías, que confundiendo al amor del poema con el odio al contrario del poema, se ocuparán, no ya de amar, sino de odiar. Como si se equivaliera el amor del cedro con la destrucción del olivo. Y enviarán a la cárcel ya sea al músico, ya al escultor, ya al astrónomo, según el azar de razonamientos que serán estúpido viento de palabras y débil temblor de aire. Y mi imperio perecerá entonces, porque vivificar al cedro no es destruir al olivo ni rechazar el aroma de las rosas. Planta en el corazón de un pueblo el amor por el velero y te drenará todos los fervores de su territorio para cambiarlos en velas. Mas tu quieres, en persona, presidir los nacimientos de las velas persiguiendo, y denunciando y exterminando a los heréticos. Pero ocurre que todo lo que no es velero puede ser denominado contrario del velero; porque la lógica puede ser llevada adonde tu quieras. Y de depuración en depuración exterminarás a tu pueblo; pues ocurre que cada uno ama también otra cosa. Aún más, exterminarás al velero; porque el cántico del velero se había transformado para el que hace los clavos en el canto de la herrería. Lo meterás en prisión. Y no habrá más clavos para el navío.
También aquel cree favorecer a los grandes escultores exterminando a los malos escultores, a los que en su estúpido viento de palabras llama contrarios a los primeros. Y yo te digo que tú prohibirás a tu hijo un oficio que ofrece tan pocas oportunidades de vivir.
- Si te entiendo bien –se enfureció el profeta bizco- ¡yo debería tolerar el vicio!
- No. No has entendido nada –le respondí.”

Un abrazo de hermano.

EL EMPECINADO

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