Friday, October 12, 2007

ABANDONO FEDERAL; ENTRISMO UNITARIO

El imaginario histórico cultural argentino, algo afecto a las simplificaciones maniqueas, pero no por eso menos apegado a varios elementos de la realidad, atribuye al espíritu federal cierta tendencia al realismo, algún respeto por les decisiones colectivas que se derivan de las idiosincrasias locales, fundamentando en ello la necesidad de gobiernos locales autónomos y una suerte de desprecio por todo aquello que resulte de ideologías abstractas, o categorías de pensamiento exóticas respecto del modo de ser cultural de la región. Todo ello seguido, naturalmente, por una innegable simpatía por las manifestaciones de lo popular y particularmente del ámbito rural, como contrapartida al pensamiento elitista, citadino, intelectualizado, progresista y con una marcada influencia de las más modernas tendencias europeas, atribuido, por lo general, al modo de ser unitario.
Cuando esta diversidad de espíritus se hizo carne en la lucha por el poder, pretendiendo desde allí construir un diseño de Nación que no diera lugar a la visión contraria, la sangre llegó al río y el país se desintegró, frustrando muchos de sus sueños.
Es por ello, estimo yo, que algunos buenos argentinos, con la intención de salir del fracaso y la miseria que produjeron los enfrentamientos estériles, pregonan la necesidad de rescatar los tiempos venturosos, en los que la Patria pudo lograr una adecuada síntesis entre estos dos espíritus. Ello, cuando se logró, fue sin duda gracias a la seguridad y capacidad personal de los liderazgos del momento, en los que primaba la conducción y la persuasión, más que la imposición y la fuerza.
Pero debemos advertir como importante, que ese camino de síntesis, no es una senda en la que se deba renunciar a los propios ideales, en favor de las posturas contrarias, para ser reconocidos “pacíficamente” por el otro. Muy por el contrario, esos son los momentos en lo que, honesta y sinceramente, es preciso sostener, desde la propia identidad, el orgullo de ser portadores de una determinada concepción del hombre y de la comunidad, a la que es menester defender con pasión.
Admitir que la otra postura debe, asimismo, tener un calce en la construcción de un proyecto común, no sólo es deseable desde la perspectiva de la tolerancia y una buena convivencia republicana, sino que permite consolidar la propia posición y eventualmente enriquecerla con otros elementos. Pero ello no quita que se defiendan las ideas propias con claridad y contundencia.
Esta tendencia a la síntesis, repito, promovida por buenos argentinos, no puede dejarse llevar por la cultura relativista y la liviandad conceptual y valorativa que caracteriza la época e impacta fuertemente en la Argentina. Mucho menos, por la viveza de algunos que, aprovechando este momento cultural que vive el mundo, pretenden generar una suerte de ambiente de falsa armonía, de corrección política transversal, en el que todos debiéramos decir más o menos lo mismo y tomar, siempre en el campo del discurso, lo más “lindo” de cada uno, para formar una síntesis (absolutamente) hegeliana, que inventa enemigos virtuales, cuyas posturas serían el resumen aglomerado de todo lo “feo” que ambos espíritus revelan.
Esta es la simiente de los totalitarismos. Discursos únicos compartibles por todos y enemigos virtuales que, dependiendo del momento y la coyuntura política, pueden encarnarse en personas concretas, atribuyéndoles todos los males, por animarse a pensar y desafiar la homogeneidad.
Este tipo de construcción idealizada, que se viste de corrección política para tildar al enemigo ocasional de hostil con el sistema, tiene otro componente aún más peligroso y siniestro. Aprovecha la ausencia de definiciones personales y concretas, que ellos mismos exigen como presupuesto de pertenencia al sistema, para colocarse, a pesar de su clarísima condición de establishment cultural, a la cabeza de posturas supuestamente revolucionarias y de vanguardia, tomando las banderas discursivas del excluido, al tiempo que garantizan en los hechos que nada cambie de los sistemas de exclusión.
Si miramos este fenómeno desde la perspectiva del imaginario histórico al que hicimos referencia al inicio, observamos cómo quienes supuestamente pretenden reivindicar los blasones de lo nacional y popular (propio del ánimo federal), en realidad están embebidos de ideologías foráneas, disolventes y enfermos de soberbia culturosa; tienen un profundo espíritu centralista y aporteñado, desprecian a toda manifestación de lo rural, atacan a la familia argentina disolviéndola como célula básica de la comunidad y se creen una vanguardia de elite, llamada a conducir los destinos de la Patria, sólo por ser universitarios (algunos) y ufanarse de tener roce con los centros intelectuales del primer mundo.
El abandono de unos, que se han sentido más cómodos en el mundo de la corrección política, ha envalentonado de tal modo a los otros, que ahora se dan el lujo de blandir banderas ajenas, como metodología burlona de sostener una legitimidad prestada, y poder así ejercer el gobierno al modo centralista, concentrado y autoritario, dejando en el camino a millones de hermanos argentinos, que miran atónitos como hay quienes, utilizando desde el discurso su impronta cultural, consolidan en los hechos situaciones de marginación social y pretenden ganar elecciones gestionando la pobreza, en lugar de contribuir a eliminarla en su raíz.

EL EMPECINADO
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